En octubre y principios de noviembre maduraron las azufaifas o ‘cirimbombos’, frutos del azufaifo (Ziziphus sativus, considerado como variedad domesticada de la jojoba, Z. jujuba). Los lectores fieles al blog recordarán que ya pusimos varias reseñas monográficas a finales del otoño de 2008. Se trata de un árbol espinoso de pequeña talla, de origen asiático. Fue cultivado desde tiempos remotos, formando parte de la dieta habitual de las generaciones precedentes; su utilización cayó en abandono por diversas razones agronómicas, asociadas tanto a la dificultad de su cultivo en marcos de plantación habituales para árboles frutales, como a los problemas que acarreaba la recolección del fruto -por la gran cantidad de espinas de las ramas- y su posterior comercialización. Los frutos son comestibles y particularmente dulces, pero poseen un ‘hueso’ o semilla que en las variedades antiguas apenas si deja sitio para la pulpa; por el contrario las modernas son menos sabrosas pero de frutos mayores y con más pulpa o ‘carne’, a menudo de textura acorchada. Aunque actualmente se ha reavivado su cultivo de modo puntual -solo para alguna de esas nuevas variedades-, el azufaifo ha desaparecido casi por completo del paisaje agrario español, y a menudo ha acabado manteniéndose ocasionalmente formando parte de jardines y patios.
Claudio Rodríguez nos hizo llegar a principios del otoño varias fotografías de Rafa López Monje y José Ruíz Díaz, donde podréis ver un ejemplar ya casi monumental para la especie, conservado en un patio de Belalcázar, y comparación de los tipos de frutos más usuales.