Ayer se presentó en la residencia de artistas La Fragua de Belalcázar un número especial de la revista Boronía, ese punto de encuentro ineludible entre el flamenco y diferentes facetas de la creación cutural, que desde hace ya más de dos décadas se fragua –valga la redundancia- gracias al esfuerzo de Gabriel Nuñez Hervás. El número se dedica al maestro Enrique Morente, recientemente fallecido, aunque el homenaje a su imborrable contribución al flamenco estaba ya urdido con antelación. La obra reúne la contribución de 58 autores literarios y 13 fotógrafos, alternando sabiamente recuerdos, entrevistas e impresiones sobre el maestro del cante y la cultura flamencas. Constituye el volumen II de la serie Especial Flamenco del proyecto cultural Boronía, y contó para su presentación con un excelente ‘mano a mano’ entre Gabriel Núñez y nuestro fotógrafo más relevante, Juanjo Romero, uno de los artistas cuyas ilustraciones figuran en la obra; Juanjo relató entre otras anécdotas el desarrollo de la sesión de las que salieron las instantáneas de Morente para el libro. No os revelaremos mucho más, simplemente quedáis invitados a obtener el libro (los pedidos hay que encargarlos a gabriel@boronia.es).
Gabriel Núñez, durante la presentación del libro en La Fragua de Belalcázar ©E. Laguna, 11.08.2011
Para quienes quieran encontrar similitudes entre el proyecto cultural y este blog, os recordamos que ‘boronía’ es un nombre de lo más botánico –y no solo gastronómico o etnológico, como pensaréis-. Al-Boronia parece ser una derivación dialectal de Al-Badingana, la traducción de uno de los nombres árabes primitivos de la berenjena (Solanum melongena) en el norte de África, y que dieron lugar a buena parte de las palabras que ahora usamos en las lenguas que rodean el Mare Nostrum. El castellano ha sido caprichoso a la hora de conservar o desestimar el artículo árabe ‘Al-‘ (o ‘El-’ en los dialectos orientales), y tan pronto se ha conservado a pesar de desaparecer en el resto de lenguas latinas (p.ej., algodón, frente al ‘cotó’ catalán o el ‘coton’ francés) como los ha predido (empezando por supuesto por Al-Andalus). De la Al-Boronia de nuestros antepasados árabes hamos conservado la ‘boronía’ o ‘boronia’ para los guisos de berengenas, preferentamente cocidas.
Las primitivas Al-Boronia y Al-Badingana se transmutaron progresivamente a nombres como ‘alborogina’ y ‘albaragina’ (panocho murciano), ‘albargina’ y ‘albergina’ (valenciano/catalán occidental), ‘albergínia’, 'albargínia', ‘aubergínia’, 'ubergínia', 'ubgregínia' y 'ubergènia' (catalán oriental y occitano), ‘aubergine’ (francés), etc… ; al final de la línea aparecen por supuesto los nombres de diversos dialectos locales del castellano (arbergena, aberengena, beningena, berenjena) o el portugués (beringela).
Mata de berenjena (Solanum melongena) en fructificación. ©E. Laguna, Belalcázar, 15.08.2010.
La berenjena pertenece a la familia de las solanáceas, de amplia solera tropical aunque con numerosos representantes nativos, a menudo sospechosos de haber viajado por todo el entorno mediterráneo acompañando a la actividad humana, como ocurre con beleños, estramonios, tomatillos del diablo, etc…; son escasas las especies de este grupo sobre las que no pàrecen existir dudas de su carácter autóctono –p.ej., la mandrágora íberoafricana Mandragora autumnalis, cuyos frutos reciben precisamente el nombre de ‘berenjenillas’, como ya hemos comentado alguna vez en el blog. Dentro de las solanáceas, la berenjena es la única verdura precolombina de nuestra tradición agraria y culinaria, ya que el resto de las plantas cultivadas de esta familia como tomates o pimientos, llegaron a partir del siglo XV y XVI, provinientes del continente americano.