Ejemplares de adelfa en flor en el Arroyo Malagón, en las inmediaciones del castillo de los Sotomayor de Belalcázar. ©E. Laguna, 21.07.2007.
Con la primera mitad del verano, los arroyos se visten con los colores de muchas de sus plantas más representativas, que esperan a que baje al máximo el nivel de las aguas para florecer, fructificar y dispersar sus semillas. De entre todas ellas, la más llamativa por la dominancia de su color es probablemente la adelfa, omnipresente en las riberas belalcazareñas, y en ocasiones también en las fuentes, los taludes de carreteras y otros sitios donde el agua se acumula rezuma o se acumula temporalmente.
Flores de ejemplares silvestre (arriba) y cultivado (cv. pleniflora de flor blanca). ©E. Laguna 26.07.2006 y 25.06.2006.
La adelfa (Nerium oleander) pertenece a la familia de las Apocináceas, que las clasificaciones botánicas más recienten consideran como una subfamilia parte de una familia más amplia, las Asclepiadáceas, de origen tropical. El centro de origen de las Apocináceas es la región ecuatorial de África, desde donde las primeras especies fueron irradiando hacia el resto del continente africano, Asia y el sur de Europa desde hace millones de años. Solo algunos géneros, como Vinca y Nerium, consiguieron extenderse por Europa, y en el caso de esta última sus dominios se restringen a la banda centro-meridional del Mediterráneo.
Adelfa olorosa de flor doble (cv. pleniflora, flor rosa). ©E. Laguna 23.06.2007
Aparentemente nuestra adelfa es una especie genéticamente muy homogénea, de la que apenas si se han descrito variedades nativas, lo que hace pensar que su llegada al territorio mediterráneo puede ser relativamente reciente (quizá menos de 50.000 años). A cambio, la variabilidad genética de la adelfa se ha expresado particulamente en cultivo, de modo que a partir de las plantas elevadas de flores rosadas simples que orlan nuestros arroyos, se ha dado lugar a aun amplio espectro de colores florales (blanco, rosa, rojo, salmón) y foliares (hojas v erde oscuro intenso, verde claro, jaspeadas, variegadas –con bordes o partes blancas en la hoja, donde la clorofila está sustituida por almidón-) y tamaños de las matas (enanas, altas, e incluso arborescentes). Además de las variedades de flor simple se encuentran las plenifloras o de flor doble, donde los numerosos estambres se han convertido en pétalos; de hecho la forma ornamental más habitual de la adelfa es la cultivariedad ‘rosea pleniflora’, que además tiene especialmente desarrollados los nectarios, emitiendo un perfume del que carecen las variedades silvestres.
Seto con diversas variedades ornamentales de adelfa, fotografiado en Valencia. ©E. Laguna, 24.06.2007
A pesar de su mala fama, derivada a su vez de su toxicidad, la adelfa es un componente esencial de nuestros arroyos, llegando a formar bosquetes en galería que sostienen mucha de la vida animal de estos ecosistemas, al tiempo que sus múltiples y flexibles tallos amortiguan el arrastre de la restos vegetales, piedras y otros sólidos acarreados por las avenidas fluviales.
Ejemplar de adelfa, creciendo entre las pizarras que vadean el puente Pellejero por su orilla belalcazareña. ©E. Laguna, 01.08.2008